domingo, enero 1

Ernesto comienza su visita.



Ernesto no era solo un “primo de Mica”. De hecho, no era el primo, si no que su familia y la de Mica se conocían desde hacía mucho, y a los doce años Mica lo había visto nacer. Había nacido un día lluvioso de noviembre del 93´, a las 22:20 de la noche, y su madre casi muere en el parto, que duró tres horas.
Ahora tenía diez y ocho bellos y maravillosos años la tarde en la que participó nuevamente de las reuniones de amigas de Georgina en la confitería de siempre.
Era cierto, solo a un joven como Ernesto lo dejarían entrar a un ámbito así. Como los demás participes de la conversación (todas mujeres, muy bonitas, distinguidas, y exceptuando a Georgina, bastante tontas) había nacido en una familia de muchísimo dinero, que había terminado de superar un horrible momento de inestabilidad económico-financiera la noche en que sus padres lo habían concebido. Era todo lo que se puede esperar de un joven con clase. La pulcritud en las manos, la piel luminosa, la sonrisa perfecta (luego del disgusto de haber tenido que usar aparatos durante la pre-adolescencia), una estatura considerable. Un Dios amanerado y coqueto le había cincelado una cintura fina; le había dado hombros considerables, y sobretodo manos, porque los escritores las necesitan, y Ernesto deseaba con toda su alma, más que ninguna persona que ha existido en la historia, ser como los grandes escritores.
Era un ávido no solo de la lectura, sino de todo lo que pasaba a su alrededor. En aquel entonces estaba fanatizado con la poesía de Poe, con el CBC de letras de la UBA, con la idea de entrar al PC casi por diversión, con el erotismo de la obra literaria de Georges Bataille, y con un despertar sexual retrasado, que erosionaba de a cuenta gotas, una gota cada día, su virginidad de armadura.
Ese chico, de pelo castaño claro, voz melodiosa y excelentes modales con las mujeres grandes que admiraba en la mesa, había comenzado a hablar con Georgina hacía unas cuatro sesiones matutinas en la confitería (o sea, desde hacía cuatro semanas). Maravillado con esta, con sus conocimientos sobre arte y sobre la belleza, y frases elocuentes que tenían el constante incienso que envuelve las invitaciones, casi comete la torpeza de pensarse enamorado de una mujer mucho mayor que él; y aunque la sola idea lo preocupó, le pareció divertido imaginarse con bata de seda y pipa, recostado en un lujoso sillón en la casa de Georgina.
_ ¡Me encanta este chico! _ le había dicho Georgina a Mica _ Puede venir a ver mi biblioteca cuando quiera.
Para suerte de Georgina, que siempre tiene una habilidad estratégica para decir cada cosa en el momento indicado, algunos días después Mica animaba a Ernesto a ir. “Georgina es divina, ¿por qué no aceptas su invitación?”. Primero Ernesto había declinado la invitación de Georgina, pero algo, una llamada sencillamente nacida del azar, (todo lo que nace de él tiene la impronta de la bastardía, de un jorobado deforme arrojado al mundo para sorprender o aterrorizar la vida de los hombres, o alterar de un golpe sus rutinas) le avisaría que sus compromisos debían ser cancelados, y en lo posible pasados para la tarde del día siguiente. Esa llamada era de su novia.
Quince minutos después de que Georgina cortara la llamada en el teléfono público, su celular sonaba.
_ Hola… ¿Georgina?... Soy Ernesto, el primo deee… bue, de Mica. Ernesto, ya sabés. Mirá, se me canceló lo mío esta noche… ¿Puedo ir a tu casa?
Así que la cita fue por la noche.

_ ¿Qué estás haciendo?
_ Dormimos toda la tarde. ¡Más de la cuenta! Me estoy preparando. Me bañé.
_ Veo…
_ Y ahora me estoy limando las uñas, me pongo cremas _ Georgina sonríe mientras va enumerando. Luis se mira el cuerpo con algo de vanidad; la tenue luz de la lámpara hormiguea sobre su pecho. Hoy vendrá el muchacho. ¿Por qué su esposa está tan eufórica? ¿Llegará el día en que otro hombre se equipare a él en la vida de su esposa? Pero de qué hablás, Luis. Vos no sos celoso. Sos un tipo con clase, con mucho dinero, que tiene la posibilidad de no hacer absolutamente nada, es decir, de vivir la vida del único modo en el que merece ser vivida: haciendo nada, estando tranquilo, teniendo todo el sexo del mundo y más, hasta hartarse, hasta estar fundido en esa pasta que supone el sexo; sí, sos un tipo feliz, y no sos celoso para nada ¿No ves que sos más libre que cualquier mortal en kilómetros a la redonda? Hora de arreglarse, vos también tenés que hacer un esfuerzo por levantarte. Lo haces, notas que tenés hambre (Es la ansiedad). Comparte el espejo con su mujer, y es como compartirla a ella. ¡Se le antojan tan divertidos estos juegos de dobles de los que habla tanta gente! Se coloca un ambo interesante, color negro, de terciopelo negro. Qué bien le queda. Se besan, y la otra pareja del espejo también, y bastante parecido.
_ ¿Cómo hacés para que todas las mujeres te regalen perfumes? _la pregunta de Georgina irrumpe en el beso, ella lo irrumpe todo.
_ Porque les hago saber… que me encantan los perfumes. Los olores. Los olores de casi todas las cosas pero, las fragancias de los perfumes sobretodo. Además con los frasquitos, lindos, y todo eso...
_ Ajam, así tan fácil… Se los hacés saber…
_ No. Después gestiono que efectivamente sean mujeres en el fondo de lo más infelices, o que antes de mi tenían una felicidad convencional, muy típica, y entonces les doy todo el amor que no les dio el papá, o la mamá, o la ex pareja, y ahí me doy cuenta de que puedo pedirles lo que quiero. Y así, solo así, se es feliz cuando cogés con alguien y no estás enamorado. Si hacés eso… Es tuyo. Tuyo.
_ Qué interesante. Pero qué cruel. No hay nada más cruel.
_ ¿Cruel? Doy amor.

Tocan a la puerta. Mabel lo hace pasar, luego de eso el señor y señora le avisan que puede retirarse. Del resto se encargan ellos, en soledad.
Pero al abrirse la puerta y luego cerrarse, ha entrado con el muchacho un viento negro y helado.
_ Hola, ¿cómo estás? Mucho gusto, ¿usted es el esposo de Georgina?
_ ¡Irrespetuoso! ¿Cómo me lo tratás de usted?... Tuteanos a los dos. Él es Luis.
Luis lo mira un minuto. En un hermoso silencio, lo saluda con una cordialidad exagerada, parecida al miedo de un rehén, y pasan al comedor. Todo está servido. Acostumbran a poner música cuando vienen las visitas. Sí, juegan a ser dos bacanes de película, de esos que escuchan música clásica en el comedor, a Bach. Pero hoy lo han olvidado… ¿por qué esa parte del ritual se ha reemplazado con este silencio que lo colorea todo? El chico trajo esto. El chico es como un caballo de Troya, puede sentirse en el aire.
_ Tomá asiento.
Ernesto lo hace. Es tímido, y adorable. Lentamente, serio, callado, se ubica cerca de sus amigos. Es impresionantemente bonito, con esa belleza agresiva, opulenta, pero matizada y sofocada por una ternura poco común, realmente no dan ganas de enfiestarse con él, dan ganas de llorar mientras se lo desnuda.
_ ¿¡¡¡Cómo estás, Ernesto!!!? ¡Qué sonrisita que tenés! ¡Ja, ja, ja! ¡Qué lindo que estés hoy acá!
_ Gracias querida. Tu casa es divina.
_ ¿Viste?
_ ¿Hace cuánto viven acá?
_ Desde que nos casamos. Fue un regalo de parte de nuestros papás. Todos los días… recuerdo la primera noche que pasamos acá.
Georgina mira a Luis. Luis está poseído, ido, no deja de mirar a Ernesto como con sospechas, y Ernesto, tarde o temprano, mira a Luis, como al hombre de la casa, aquel que podría matarlo o echarlo, o gritarle, u ordenarle cosas. ¿Por qué piensa así de un hombre que acaba de ver? ¡Qué ridiculez! Los dos son divinos y hermosos. Sobretodo Georgina. No, sobretodo Luis. Qué hombre bonito…
_ Llovía mucho. ¿Te gusta la lluvia?
_ Me encanta. El día en que nací llovía.
_ ¿Sí, sabés eso? Qué hermoso. ¿De noche o de día?
_ De noche.
_ Sos un soñador.
_ Sí, ja, ja, seguramente.
_ ¡Qué hermoso!...  Me gusta la gente soñadora. Yo soy soñadora. Te decía, recuerdo la primera noche que pasé acá con Luis. Estábamos muy cansados porque, nosotros vinimos a vivir acá… de una. O sea, terminó el casamiento y una limusina preciosa nos trajo. Llovía mucho y hasta que llegué a la casa desde el coche el vestido se había empapado, y los dos estábamos mojados. ¿Y sabés qué? Me pregunté si llegar a la casa en esas condiciones, con lluvia, sería un buen augurio para nosotros dos…
_ Qué lindo eso.
_ Comé, comé, comamos. ¿Vos amor, no decís una palabra?
Efectivamente, Luis no decía nada. No podía decir una palabra. ¿Qué era este intruso? ¿Qué hace acá?
Disculpen, necesito ir al baño, creo que estoy un poco mareado. Estoy bien, sigan comiendo. Eso, me voy. Tengo que irme al baño, sí. Acá, así…. Ahhh… algo de alivio, no puedo verlo más… ¿Qué pasa conmigo?... ¿Qué pasa conmigo? ¿Quién es él? Sí, lo sé, el primo, o no sé qué, de esa pelotuda… Ahh, Dios… ¿Qué pasa? Tengo que volver.
Luis abrió la puerta, y calculó más o menos un minuto entre que cerró la puerta y caminó hasta el comedor, donde había dejado a su mujer y al intruso.
Ya nada importaría a lo largo de la noche, y evidentemente no sería una noche divertida. Luís estaba celoso. ¿Cómo era posible? Desde muy jovencito la monogamia le había parecido un pretexto ridículo para justificar el miedo a la verdad. ¡Si un marido se acuesta solo con su mujer pero desea sexualmente a la amiga de la mujer, está siendo deshonesto! Por lo tanto, por qué no concluir en eso, está siendo mal esposo. Había conocido a su mujer, su tan adorada mujer, y recordaba la ocasión en la que decidió confesarle sus gustos antes del compromiso. Al principio decidió no exagerar, no dejarse llevar por los caminos de la asquerosa solemnidad. Invitarla a un picnic (eso, tratar el tema de encamarse con otros como un “picnic” ¡Qué gran idea! Recordaba la escena de El Club de las Divorciadas en la que el marido de Diane Keaton la lleva a pasar una noche romántica para poder decirle luego de hacer el amor que quiere el divorcio), el día estaba soleado, y todo estaba rico, y cuando Georgina cedió al romanticismo y luego de una siesta de quince minutos sobre el pasto verde brillante bajo los traviesos rayos solares, había deslizado la pregunta:
_ Georgina…
_ ¿Qué, mi amor?
_ En todo este tiempo nunca hablamos de los celos.
_ Exacto. Porque no hay motivo para hacerlo… ¿No?
Por un momento, pensó en dejar el asunto ahí, como si esa respuesta de su mujer fuera una especie de contestación elíptica. “No hay por qué hablar sobre el tema, no me importa que estés con otras, no soy celosa, vivamos con libertad”. Pero aprovecharse de eso más tarde sería plausible de la frase fatídica y poderosísima de toda mujer enojada en la que Medea, la “loca griega” como alguna vez definiría Luís, reencarna: “Sos un hijo de puta”. Y sí, lo sería, porque el perfil del hijo de puta suele coincidir con el perfil del gran cínico. Y pensar que solo por el hecho de que el otro nos ame y amemos sinceramente a los otros, no pesan nuestros terceros, cuartos y quintos encomendados a la diversión sexual, podría ser tomado como una muestra de cinismo.
_ Bueno, qué se yo… Cuando te engañe con otras no protestes, eh ¡Ja, ja, ja! _ bromeó Luís. Su plan en ese microsegundo (¿acaso su “micro plan”?) era, luego de que ella se riera del chiste, reincidir sobre el tema un poco más seriamente: “en serio, ¿qué harías si me vieras con otra mujer?”. Y a partir de ahí bancarse “la verdadera respuesta” estilo “Bueno, no, amor, obviamente que me romperías el corazón”.
_ Cuando estés con otras, no me vas a engañar. Cada vez que te miro entiendo que me amas con locura, como si fuera la púnica mujer, la única que conoces, la única con la que estuviste. Lo siento. No me podés mentir. Sé que podrías estar con cualquier mujer, ¿Sabías que? A veces creo que estás con otras mujeres. Que tu manía por cambiar de perfume no es más que una manía por rodar por varias camas, cada una con un perfume distinto, de cada una de tus majestuosas putas, que tienen tanto derecho como yo, de volverse locas con vos… ¡Ja, ja, ja! No me mires como si fiera bruja y te leyera el pensamiento. ¿Querés saber que voy a hacer cuando haya otras además de mí? Invitarlas a cenar, y si me descuido, tocarlas como vos lo hacés. Tocarlas mientras vos lo hacés. Te amo, Luís, desesperadamente. Ahora sé que esto y no otra cosa es el amor verdadero.
Luís quedó frío, aunque solo hasta que Georgina volvió a irrumpir su quietud con un beso, como siempre. ¿Sabía o no sabía de las otras? ¿Sabía que no podía evitar estar con otras mujeres? ¿Sabía que era uno de los seductores más grandes que el mundo había conocido y que las mujeres no podían evitar darle todo lo que siempre había querido, y que el juzgaba de idiota no aceptar lo que a uno le ofrecían? Perfumes, cenas, plata, caricias, camas, lo que fuera. Evidentemente aun no conocía del todo a esta mujer, a quien desde ese m0omento, amo más locamente que nunca. Porque no existe mayor gesto de amor que aceptar a un hombre con todo su harem incluido.
_ Volví, perdonen que hoy esté así. No sé qué me pasa.
_ Está bien amorcito. Ernesto me contaba que le encanta la casa.
Nuevamente miró a Ernesto. A este chico que lograba que por primera vez, Luís estuviera celoso. Luego miró a Georgina, estaba igual a aquella tarde en el picnic, el pelo le brillaba tanto que parecía que esa noche el sol estaba solamente en su pelo para oficiar de reflector.
_ ¿Pasa algo, Luís? No te ves bien. Sentate y comamos. Notaste seguro que Luis y yo no esperamos mucho para comer cuando llegan visitas, es que nos molesta un poco tanto ceremonial.
_ ¡Sí, eso es cierto! Cuando me dijiste “comamos, comamos” pensé “Qué raros son”.
_ ¡Ja, ja, ja! ¿En serio pensaste eso? Ay, qué alegría que me das, encanto. Decir que somos raros, que no nos parecemos a los otros… _ Georgina sonrió ampliamente, y una lagrima muy pequeña rodo por su cara hasta mojar un punto de su vestido _ Es el halago más grande que podés hacerle a otros, ¿sabías?
El rostro de Ernesto, no era otro que el que pone alguien cuando se percata de que quien tiene en frente es realmente muy extraño, y esa extrañes, se siente peligrosa, un enorme peligro. Georgina tomó el rostro de Ernesto con ambas manos, y se lo llevo a la boca, como quien tiene hambre y accede a darse el gusto de comer una cosa muy dulce y engordante. Ernesto no opuso resistencia en un primer momento, era demasiado joven, demasiado tímido, y estaba demasiado asustado. Es como cuando una persona se deja matar por una bestia el triple de grande que uno, porque sabe que ya no hay nada que hacer, que la cosa va a matar, que va a conseguir que nos postremos ante sus patas. Después sí, se resistió, contrajo la cara y se alejo unos centímetros, argumentando entre susurros nerviosos y con la cara roja y caliente, que no entendía lo que Georgina estaba haciendo, pero Georgina, que siempre sabe qué decir en cada momento, le hizo a Ernesto una poderosa confesión: que así como no espera mucho para comer, tampoco espera mucho para besar. Por eso es una mujer que vive libando entre placeres, con la cara llena de felicidad, sonríe de un modo en el que a Ernesto lo confunde, y se siguen besando.
Luís, mientras tanto, simplemente oficia de espectador.

Betty, la amante de Luís, se llama Lorena Souza. Había sido encontrada en una habitación de su casa que siempre se había usado para guardar los artículos de limpieza, una especie de alacena pequeña y oscura, a dónde las arañas iban a morir. Tenía un moretón en el lado derecho de la boca, un corte en un brazo y veintiún agujeros sepultaban la forma de su vagina.

1 comentario:

  1. Creo que, narrativamente, es la parte más lograda de las tres. Esto va de bien en mejor. Adelante, Tomás!

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