miércoles, diciembre 7

Un nuevo visitante.

Esa mañana Georgina decidió usar el colectivo.
Se sintió extraña, fuera de sí, como si su alma hubiera incursionado en los viajes astrales tan famosos, en algún laberinto cósmico de Brian Weiss. Subió con sus hermosas piernas blancas y suaves, y al extenderlas para tomar los escalones como quien toma camarones de una fuente con una tenaza nueva y cara, notó los dolores y el cansancio que el sexo desgarrador con Luis había impreso en ella. Sí, también moría de hambre. Toda la energía ingerida en los alimentos se había escapado.
No pudo sentarse… no había lugar. ¿Cómo podía ser que no hubiera lugar para ella? Y para qué decidió usar algo tan vulgar y tonto como un colectivo. Es rica, tiene chofer, ¿por qué se molestó en usar el molesto transporte público? El sucio, el vulgar, el repleto de gente que transpira, colectivo de plebeyos, de resentidos. La mano hacia arriba, como adherida a la barra de metal, como parte de la barra, Georgina ahora es “la mujer de la mano-barra”: una súperheroína al estilo de Batichica o una súpervillana de menor categoría que Gatúbela.
Un habitué de un bondi debe caer en este tipo de fantasías para evitar el agobio que propina el colectivo. Delirarse un poco: evita enloquecer de dolor al notar demasiado como despiertan de su suave modorra las glándulas del sudor, y van colando desde sus bocas quiméricas unas gotas de una saliva espesa y caliente que mina el vello, el pelo y cae en la ropa que hay debajo de cada extremo corporal como un chico caprichoso cae hacia una colchoneta húmeda de resina o vinagre.
Pone cara de asco, de molestia, todos son gordos, obesos. Viejos., Y ella es joven, tiene cintura de insecto, manos de joven bruja, que no pueden enrojecerse con la furia de una barra que quiere escapar de ella a cada envión y vaivén de la bestia de metal que la conduce hacia… ¿dónde? Luis no sabe. O sea que nadie sabe. Porque ella solo le dice “Me voy con las chicas, no quiero decirte donde queda el lugar, así que no me preguntes”, y juega un poco a la adolescente que le miente a papá sobre salidas de mujeres para ir a gozar a la casa de los varones, de las remeras que dibujan espaldas anchas y gruesas, de los calzoncillos o de las sabanas finitas que también huelen a sudor, y terminan representando un jovial emporio de fluidos cuando ella se va como una hechicera, pero… otra vez aparece la palabra sudor. El calor es agobiante, y Georgina esta empapada, sobretodo en los senos, su ropa interior pesa, cepillarse el pelo ha sido demasiado en vano. ¿Es esto el delirio colectivesco? No hay que salirse de la pregunta iniciática, ¿Por qué eligió esa tortura? “Soy una militante de la no rutina”, se contesta Georgina, mirándose al espejo en el techo, cerca del conductor que le mira las piernas. En el espejo, ahí Georgina contesta lo que una mujer que la ve hablando sola se debe preguntar todos los días.
Entró alegre, llena de sudor, un sudor que el instante en que se queda quieta como una gata ante la hipnosis cura a medias, con una ráfaga de aire acondicionado que la reconstituye un poco. Luce una pollera elegante de tiro alto, una blusa blanca, una gargantilla. Igual que las demás amigas, con polleras de tiro malto, con gargantillas, con todo lo demás.
Mica hacía bastante que estaba desparecida, y ahora que está casada su marido la regaña si se va todas las mañanas a ver a sus amigas; Sonia es una buena mujer, pero es una pelotuda, con Elena y Maru es con quien mejor tiene relación. Maru es una mujer tan elegante, y Ernesto es el único hombre al que un grupo de mujeres dejaría entrar a una mesa de desayuno.
_ ¿Cómo te sienta la vida de casada Mica? _ le pregunta Georgina.
_ Bien… bien _ dice Mica, tranquila, serena, sonriendo mucho, como el cadáver de Julieta que cuelga desde el balcón.

Luis despertó. Más bien abrió los ojos. Seguía soñando con Georgina, con la mujer que no estaba, que se había ido, con la que había hecho el amor hasta hacía una hora. ¿Dónde se iba hoy? Ah, hoy era el día en que se juntaba con las amigas. Ya ha habido discusiones por este tema, pero ella quiere ir con las amigas. “¿Dónde es la confitería?” le pregunta siempre Luis. “No me preguntes, porque no te quiero decir” dice Georgina, que se hace la nena y sale corriendo con sus pasitos sonoros. Es chistosa, “Quiere jugar a ser la chiquita”, se dice Luis. La conoce demasiado, aunque es mentira que la conoce.
Se levantó, dejando rodar por entre su cuerpo la seda blanca de la sabana que cayó en un enrosque al suelo, como una serpiente a la cual la han atravesado con un trozo de la vida que se ha dedicado a robar; cuando su desnudez tan compacta chocó contra la imagen del espejo, recordó cada movimiento, cada posición, cada mirada de reojo hasta ese mismo espejo, investigando las figuras contra la luz tenue del velador, dos pares de piernas finas como escarbadientes de piel, o quizás es que están lejos, huyendo de una mano que se estira para alcanzarlos y que sale del reloj.
Se visitó con prisa, aunque no tenía que ir a ningún lugar, y al salir de la habitación sintió, como siempre, que el aire le faltaba. Se peinó con las manos, rizos negros se le escurrían por las aberturas entre dedo y dedo.
_ Mabel _ llamó Luis _ Venga, por favor.
Y Mabel, una sirvienta de lo más sumisa y triste, caminaba con prisa pero con miedo, con los ojos hacia abajo desde la vez que Georgina le pegó, en un arranque de furia.
_ ¿Qué quiere, señor?
_ Que se siente conmigo. Eso, siéntese. ¿Sabe lo que me preguntó hoy mi mujer al levantarnos? Coma, coma, Mabel, ¿Quiere té? Sírvase. Me preguntó dónde había conseguido este perfume. Y casi le contesto por ves número setenta y ocho lo mismo que le contesto cuando me pregunta lo mismo: “Me las regalo un amante”. ¿Qué me cuenta?
_ Ah…
_ Porque a mí no me lo pegan mis amantes los olores, Mabel. A mí me regalan perfumes directamente. Con la cajita y todo, con el envase, el frasquito lindo, todos perfumes caros… ¿Vió?
Mabel no contestaba. No era la primera vez que su patrón la invitaba a la mesa desayunar mientras la señora se iba por ahí. Mabel era muy pobre. Y además descuidada, su pelo enmarañado, lavado solo con agua, y Mabel, tan tonta, de no lavarlo aunque sea con jabón. Qué mala Mabel. Y qué tonta. Cualquiera en su situación estaría honrada de que su patrón la mirase. Y que la invitara a desayunar. Pero no, ella se siente incómoda. Porque no es “Lo suyo”. No es “para lo que la llamaron”.
_ Mabel, ¿por qué cada vez que hablo sobre cosas caras o importadas o lujosas usted me pone esa cara de asco?
_ No, señor, le juro yo que…
_ No, usted no tiene que jurarme nada Mabel… ¿Están ricas las tostadas?
_ Sí, señor.
_ Las preparó usted. Me imagino que no preparará nada que no le guste.
_ No, se…
_ Porque, ¿sabe otra cosa?… Sería despreciarme prepara algo para que me guste cuando ni siquiera le gusta a usted. ¿Lo sabe?
_ Lo sé muy bien señor. ¿Quiere que le prepare la habitación?
_ Qui…
En ese momento sonó el teléfono, y los ojos de Luis se llenaron de algo pesado, denso y brillante. Todo pareció quedarse quieto, ya estaba quieto, pero pareció quedarse aun mas quieto. Pareció quedarse muerto. Pareció quedarse agonizando pero quieto. Pareció estar al borde de una extraña eyaculación, lenta, prolongada, apretada. Pero el teléfono seguía sonando.
_ Quiero que contestes el teléfono, Mabel. Pero rápido… y seguimos charlando.
Mabel no dijo ni siquiera “Sí, señor”. Solo se disparó hasta el teléfono y lo tomó con sorpresa, como si en su vista hubiera visto un teléfono.
_ Hola… Sí… Un segundo… Señor (Dijo entre suspiros) Es para usted. Es la señora Georgina.
Luis se levantó, de lejos parecía en la negrusca pasta de la oscuridad, que una cabeza pálida flotaba en el ambiente, como cercenada y arrojada a un vacío. Se movió hasta allá casi volando, con sendos movimientos de insecto, y tomo el teléfono de un tarascón, porque sabía que Georgina estaba del otro lado. Miró a Mabel.
_ Mabel, téngame la habitación de huéspedes preparada por las dudas. Y sí, haga la habitación tenue, la de la señora y yo. Antes de salir quiero que use uno de esos perfumes. Ah, Mabel… Es obvio que esta llamada es para mí, ¿Para quién va a ser? ¿Para usted? ¡Ah, no, que tonto! Para mi señora también. Aunque ella salió, mi esposa salió. De hecho es mi esposa, ¿no?
_ Señor… _ replicó Mabel, con ojos vidriosos, pero antes de que pudiera replicar contra el amo, Luis le dio la espalda a su sirvienta y puso el y tubo del teléfono en su oído; a Mabel no le quedó otra salida que irse de allí. Hacia arriba. Hacia la habitación tenue.
_ Hola.
_ Hola _ hablaba Georgina desde un teléfono público, uno de los pocos que funcionaban en quién sabe cuánto a la redonda. Distancias, bah. Georgina no media nunca distancias, porque se olvidaba de las cercanías si lo hace. Un poco fastidia por ver volar a las palomas, y amargada porque un niño le vino a hablar sandeces hasta que su mamá lo zarandeó para que siguiera caminando, usaba el tubo en su cara de forma peculiar: mas parecía que su brazo era una pata de lechuza, chueca, enredada contra su cuerpo, y arrojaba su cabeza contra su hombro, apretando el tubo, como si no pudiera usar las manos y se le estuviera cayendo. Pero no, ahí estaba la mano derecha, fina, perfecta, blanca, limada, acariciando el tubo con delicadeza pero rigidez, rasqueteando con una uña la parte verde.
_ Bueno, ¿y? ¿Qué pasa?
_ Primero quiero saber si estabas…
_ Desayunando con Mabel, mi querida Mabel, que ahora se aleja por las escaleras. Hasta nuestra habitación.
Georgina sonríe. Solo un minuto después muerde su labio con rudeza, y deja una marca desprolija.
_ Tengo algo. Es un chico.
_ ¿Un chico?
_ Sí. Es un primo de Mica. Primo, algo así.
_ ¿Quién es Mica?
_ Mica, mi amiga. Bah, amiga, una de las chicas. La recién casada.
_ Qué ternura me das.
_ ¿Cuándo?
_ Hoy no. Quiero estar un poco solo, tranquilo.
_ ¿No? ¿Hoy no?
_ Hoy no… ¿qué tal el viernes?
_ El viernes, perfecto.
_ Genial. Tengo datita, pero no voy a pasártela por acá _ esta vez la sonrisa es amplia y contundente.
_ ¿No estás lejos no?
_ ¡No te voy a deciiiiiir!... ¿Quién te regalo el perfume que te sentí hoy? Es muy rico. Muy de varón. Me gusta.
_ No seas puta _ sonríe Luis, con finura.
_ Soy puta. Es terrible, no puedo parar. No puedo parar de ser puta.
_ Vení ya para acá…
_ Si me decís quién fue.
_ ¡Dale, perra!
Tu, tu, tu, tu…
Cortó.
En eso viene Mabel. Se nota que ha estado llorando.
_ Señor…
_ ¿Sí, Mabel?... Mabel, qué bien huele.
_ …
_ …
_ Gracias. Es rico su perfume.
_ ¿Se puso el mismo que yo no? ¡Sí, es el mismo! ¿Le gustó?
_ Sí.
_ Cuando me sobre muy poco puede quedárselo entonces.
_ Señor, yo le pido por favor, no quiero más hacer estas cosas… _ se largó Mabel a llorar, sin contenerse, casi sin hacer esfuerzo, como si la situación extraña y traumática le diera todo el derecho del mundo. Luis la abrazó, le levantó su cara, de belleza indígena, y la beso con rudeza, tanto que el beso pareció grosero al lado del llanto de Mabel, que es bajita y se encogió rápidamente dentro del abrazo de Luis.
_ ¿Por qué estás así, Mabel?... Vamos a seguir así, ¿sí? Me calienta que llores. Me haces sentir un hijo de puta. Me encanta. Pensar que yo solo quiero darte un lujito.
_ No es correcto, Señor. ¿Qué va a decir la señora Georgina?
_ La señora Georgina no es problema tuyo, y no sabe además. Mostrame las tetas.
_ ¡Por favor!
_ Shhh, callate negrita. Callate que me ponés peor.
La arrastró. La arrinconó contra la mesa del desayuno, a medio terminar, derramando la leche de la jarra sobre la bandeja, y su mano suave desabrochó su uniforme correcto, típico, blanco y bordó, y fue fácil estirar la mitad del corpiño, la mitad del corazón, y sujetar la piel oscura, agarrar con toda la mano la carne suave de la teta que lo alimentó durante los minutos que duró el placer, el calor, y el asco dentro del cuerpo de Mabel como dentro del cuerpo de una poseída inmóvil. Las lágrimas fueron una escalera hasta el jadeo y hasta un gemido que tardó en llegar, sujetado a los barrotes de las cuerdas vocales. Luis coronó todo con otra mano bajo la pollera, y después del desayuno, se encerró en la habitación tenue a esperar lo que fuera, a esperar quizás la venida de Georgina, nueva, belleza, con noticias.

_ ¡Viene hoy a la noche! _ gritó Georgina, entrando y dando un portazo con alegría. Se quitó la ropa a tirones, acalorada, hasta quedar en bombacha y corpiño, y tiro todo por todas partes, canturreando una canción  nueva que más o menos le gustaba o al menos se le había pegado. Todo ese carnaval mientras Luis la miraba con asombro, con enojo y un poco de incertidumbre, sentado en el sillón contra la ventana (siempre tapada).
_ ¿Cómo que hoy?
_ Sí, porque me dijo que el viernes no puede.
_ ¡Te dije que hoy no quería a nadie! _ gritó Luis, levantándose de golpe. Georgina lo vio altísimo, cansado; harto. Eso le encantaba, había logrado sacar a papá, al hermano menos, al adulto. Luis la miro con ira: verdaderamente era una mujer hermosa y toda suya, aunque la compartiera, no importaba. Eso lo hacía enojar más, era hermosa mientras lo provocaba, mientras es encaprichaba como una nena.
 _ Pero lo quiero conocer. Es muy bonito. Y yo sí tengo ganas… ¿por qué no te dormís una siesta así estás bien para cenar? Para después, para la noche. Hoy use el colectivo, ¿sabías? No lo usaba desde las únicas dos veces que lo use en mi vida. Es un desastre, creo que no quiero usarlo nunca más. ¿Para eso paga uno los impuestos? ¿Para movilizarse como un animal? Tiene que aprender uno a manejar a los tres días que nace porque el transporte público es una amansadora, ¿O no?... ¿Qué estas mirando, amor mío?
Luís la miró un momento, y ella también lo miraba, con gracia y ternura. Se sonrieron los dos finalmente, riendo. Luis se recostó en la cama, exhausto, almibarado por la sensación de querer descansar. Como si Georgina hubiera pronunciado un conjuro con amapolas, sintió rápidamente el deseo de dormir.
_ Eso. Dormite, en un rato almorzamos juntos además, ¿O no?
_ Sí. Vení vos también.
_ ¡Ayyyy! ¡Qué amorosho es mi esposho! _ gritó Georgina, arrojándose a la cama, colocando los fuertes brazos de él alrededor de su fino cuerpo blanco, y arrancándose el corpiño con su ayuda. Luis, nuevamente, recordaba toda la adoración hacia ese ser, mujer-saltamones.
_ Siempre recuerdo por qué me enamoré de vos.
_ Porque soy hermosa, lo sé… ¡Jajaja!... Una nueva visita. Una nueva visita a la habitación, amor. Qué ganas tenía.
_ ¿Tenés una foto?
_ ¿Para qué querés una foto?
_ …
_ … ¿Qué? _ sonrió Georgina.
_ Para ver cómo es.
Georgina sonrió aun más. Lo miro fijo, sospechosa, pero él hizo un esfuerzo para no parar de sonreír, se recostaron, y no despertaron de un sueño maravilloso hasta que Mabel golpeó la puerta para llamarlos a almorzar.

A esa hora, en otra parte más o menos lejana de la casa de Georgina y Luis Fernández, Betty (cuyo nombre real no era Betty) era asesinada a sangre fría. Había sido amante de Luis durante dos años y cinco meses.